Dos autónomos mantienen estos antiguos oficios

Trabajar el cordobán o esculpir imágenes son negocios muy rentables

A la mayoría de la gente, el cordobán y el guadamecí no le suenan de nada. De la misma manera, la mayoría del público que asiste a una procesión de Semana Santa no imagina que muchas de las figuras de los pasos que ve desfilar no salen todas de museos o de sitios arcanos. Alguien se ocupa de ello. Trabajar el cordobán y el guadamecí o esculpir las imágenes religiosas son tareas preciosistas y artísticas que se han convertido en un lujo y en una manera de vivir nada desdeñable. Dos artesanos dan testimonio de ello.

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Trabajo del cordobán en el taller de López Obrero.
Trabajar el cordobán o esculpir imágenes son negocios muy rentables

El trabajo artesano está cada vez más valorado. La dedicación, la meticulosidad, el empleo de materiales nobles y preciosos, la recuperación de técnicas históricas y la tarea individualizada son factores en alza, precisamente porque no abundan. En una época tan industrializada y tecnológica como ésta es un hecho que todo lo anterior se paga. Nuestros dos protagonistas lo saben. Pese a que cada uno trabaja en una parte distinta de España, uno con el cuero y otro esculpiendo imágenes, y sin conocerse entre ellos, ambos coinciden: hay que tener vocación y amor por lo que se hace. El sentido comercial viene después.

Para dar idea de lo que supone hoy en día un trabajo artesano de primera calidad, y más que rentable, hay que trasladarse a Córdoba. En concreto, a la Calleja de las Flores, en pleno casco histórico, donde casi se toca con la mano la Mezquita. Allí, una familia vive de trabajar el cordobán, una piel de macho cabrío curtida con una planta, llamada zumaque, que le proporciona una flexibilidad y calidad inmejorables. El cordobán, conocido así por el territorio cordobés que fue su cuna y su hogar, se repuja, se graba, se pinta y se trabaja para dar lugar a toda clase de objetos: muebles, cojines, arcones, complementos, marcos y muchos más. El guadamecí, por su parte, es una técnica de trabajo de la piel curtida por la cual se le aplica una lámina de plata para después pintarla y policromarla. Estas artesanías, la del trabajo del cordobán y el guadamecí, fueron enormemente populares en Córdoba hasta el siglo XVIII. Desde entonces cayeron en desuso.

Un olvido que duró hasta que en 1958 un matrimonio decidió volver a vivir de este oficio perdido. “La segunda generación revitalizó el negocio de trabajar y vender productos de cordobán y guadamecí fundado por mi abuelo y hace 23 años yo me incorporé a trabajar en la empresa familiar”, recuerda David López Obrero, actual cabeza de Meryan, taller y comercio ubicado en la Calleja de las Flores y, en la actualidad, floreciente negocio artesano con ocho profesionales empleados.bolso-meryancor

Claves de una trayectoria exitosa

El abuelo de David, autor de la recuperación de una artesanía con siglos de existencia, era pintor y había estudiado en Madrid y Barcelona antes de decidirse a la aventura cordobesa. Junto a su mujer, que sabía como trabajar el cuero, se lanzaron a un negocio al que, en los años 50 del siglo XX, no se dedicaba nadie, ni en Córdoba ni fuera de ella. “Los comienzos fueron difíciles, los productos eran poco vendibles, había poca demanda”, explica López Obrero. La familia no bajó por ello la persiana. Esta tradición tan cordobesa enganchó a la segunda generación. Salidas a exposiciones y a todo tipo de escaparates a mostrar los productos y búsqueda de clientes que les hicieran encargos fue el siguiente paso. “El proceso fue muy largo”, en palabras de David, pero se consiguió.

En 2018, Meryan, nombre comercial del negocio familiar, es exitoso, lo que significa que es rentable y da beneficios. Una de las razones, según su propietario, es que “la casa-taller la tenemos en un sitio privilegiado de la Córdoba histórica, muy bonito y transitado”. Permite a los visitantes y clientes ver cómo se trabajan los productos, lo que con frecuencia representa una garantía de venta. Sin embargo, lo que la familia tiene claro es que, por mucho que les guste su actividad artesana, si algo no tiene salida no se hace. “Si vemos que un producto no se va a rentabilizar, no lo fabricamos, tenemos un negocio y hay un intento lógico de sacar beneficio”, asegura David López Obrero.

Los encargos a Meryan de productos de cordobán y guadamecí son constantes. Como todos, sufrieron la crisis, pero ahora tienen un ritmo constante de trabajo. “Además de los clientes turísticos, típicos de la zona de la ciudad donde estamos, trabajamos mucho regalo corporativo y para instituciones oficiales, aunque menos que antes de la crisis”, añade López Obrero. El cordobán y el guadamecí les han servido hasta para decorar establecimientos hoteleros y, ahora, para diseñar colecciones para marcas conocidas. Y la mayor satisfacción del actual propietario es que “sí puede continuar como negocio familiar”.

 Vocación de escultor imaginero

En 1986, Miguel Ángel Tapia terminó sus estudios en la Escuela de Arte de Valladolid. “Desde pequeño tenía claro que lo que me gustaba eran el dibujo y la escultura” y dar rienda a estas aficiones, ya encauzadas con los estudios correspondientes, le llevó a investigar la realidad de su ciudad, de su provincia y hasta de su comunidad para saber qué talleres artesanales funcionaban al estilo del que él quería montar. Ninguno. Eso hizo que Miguel Ángel se ilusionara con la idea de empezar a trabajar imaginería castellana con las técnicas del siglo XVI. La mayoría de las imágenes religiosas, tanto de los pasos de Semana Santa como las más pequeñas, se llevan fabricando de manera industrial en la localidad gerundense de Olot desde principios del siglo XX.

Pero la ilusión no le nubló el sentido económico. Antes de embarcarse en un negocio, Tapia intentó que alguien le encargara un trabajo. Una cofradía de Valladolid, su ciudad natal, le pidió que realizara un trabajo de imaginería después de presentarse a un concurso. “Así empecé, me garanticé algo antes de montar nada. Pude estrellarme, pero no lo hice”. No se estrelló y hoy realiza trabajos para casi toda España, aunque reconoce que la particularidad de las esculturas de imaginería tiene un hándicap. “No es lo mismo el estilo de Castilla, que yo domino, que el de Andalucía, donde sólo se hacen la cabeza, las manos y los pies de las figuras”, explica.angel-valladolid-artesano

Su forma de trabajar comprende todos los procesos: desde modelar, escoger la madera y tallarla hasta policromar y dorar. “Aunque mis técnicas son las del siglo XVI, en algo me diferencio y es que entonces los gremios estaban muy compartimentados y cada uno hacía su parte del trabajo. Yo lo hago todo”, declara ufano. Y otro aspecto que le diferencia de sus colegas de hace cinco siglos es que él enseña su oficio en su taller de Viana de Cega, muy cerca de Valladolid. “Los gremios eran celosos de sus conocimientos y guardaban sus secretos para no dar alas a la competencia. Yo, al contrario, quiero transmitir lo que sé, tener cuantos más alumnos mejor”. Porque, entre otras cosas, “la enseñanza de mi oficio, que quiero que se mantenga por encima de todo, es la parte económica de mi trabajo, la que más beneficios me da”, explica. cristo-soria

Aunque no quiere manifestar claramente que su trabajo es un éxito económico, reconoce que el “boca a boca” le beneficia, de tal manera que muchos clientes particulares, además de los institucionales -sobre todo cofradías y hermandades de Semana Santa- “esperan para que les haga sus encargos”. “No tengo lista de espera, asegura, pero hay picos de trabajo en los que tengo que contratar a personal eventual porque no doy abasto con los plazos de entrega”. La única sombra en el horizonte de Miguel Ángel Tapia es que no habrá continuidad familiar en el negocio de Viana de Cega. “Mi hija no ha heredado mi vocación”, comenta resignado.