Opinión

¿Los sindicatos y otros agentes sociales tienen miedo de los autónomos?

¿Los sindicatos y otros agentes sociales tienen miedo de los autónomos?

Sí, es verdad, que en algunas cosas -más de las que deseamos-, seguimos siendo ciudadanos de segunda. Algunas de ellas se están intentando cambiar o mejorar. Pero creo que el vaso ya no está medio vacío, comienza a estar medio lleno y nadie puede negar que los autónomos hemos irrumpido con fuerza en el panorama español, en el europeo y en el internacional.

Una señal es que, si hace 20 años éramos prácticamente invisibles -y ni siquiera se nos llamaba autónomos sino industriales - hoy llenamos -con toda lógica- más de un capítulo de los programas de los partidos políticos, se discuten medidas en el Parlamento, las grandes empresas proveedoras de servicios diseñan productos específicos para nosotros, somos cada vez más objeto de interés para los medios de comunicación y hasta se hacen chistes sobre nosotros, un gran síntoma de irrupción social. Sólo falta una serie de televisión en la que el protagonista sea un autónomo y cuente sus vicisitudes diarias. Dejo ahí la idea para algún guionista. Le aseguro que tendría de todo: drama, humor, suspense...

Somos más de tres millones de hombres y mujeres, unos seis millones de votos si contamos con nuestras familias que nos sufren y apoyan. En este momento, uno de cada cuatro empleos asalariados que se generan en este país proviene de un autónomo que contrata y representamos el 20% del mercado laboral.

Si esto es así, no llego a entender por qué los autónomos tienen tan poca voz en las mesas donde se deciden las cosas que nos atañen. Es como si fuéramos niños pequeños a los que se les aparta de las discusiones de los mayores. Y no es porque a las organizaciones de autónomos, alguna tan potente como ATA, no les duela ya la boca de denunciarlo. La realidad es que, cada vez que se pide que los autónomos puedan opinar sobre lo suyo (pensiones, empleo, fiscalidad, riesgos laborales, medidas activas para fomentar la contratación…) se nos pone en la cola y me parece que, cuando se nos escucha, es porque nos hemos puesto muy pesados.

Es cierto que -según en qué momentos- ha habido más o menos interlocución con las administraciones y ésta ha dado su fruto. Pero siempre en mesa aparte, un poco de perfil, sin afectar a ciertas sensibilidades y cuando los demás han terminado de hablar.

Y sigo preguntándome: ¿por qué? ¿No somos un elemento esencial de una sociedad que está en profunda transformación y en donde los modelos de relación mercantil y laboral están cambiando? Hace muy poco he podido confirmar, de muy buena fuente, que esta especie de ostracismo es cosa de los agentes sociales “tradicionales”: sindicatos y gran patronal. Me explican en círculos políticos que ellos llevan muchos años, siglo y medio ya, copando la interlocución social y no quieren que aparezca ningún elemento más en la ecuación. Es más, me dicen que los autónomos somos para ellos una rareza y no es que no quieran que demos nuestra opinión sobre las políticas que nos afectan, sino que sindicatos y patronal piden ser oídos en exclusiva y estar presentes en cualquier foro en donde se discuta cualquier materia –aunque sea sobre autónomos o sobre el genoma humano-, algo que, me consta, molesta algunas empresas y poderes públicos porque se vuelven cansinos.

Me quedo un poco perplejo porque durante décadas he mantenido una muy buena amistad con los principales líderes de CCOO y de UGT, también con los de sus federaciones, y siempre me han parecido personas muy razonables. Todos reconocen la importancia del trabajo autónomo aunque, es verdad, a veces discutimos porque alguno aún cree que el fin de todo trabajador es ser asalariado y el sueño de todo autónomo es ser contratado por una empresa. Eso proviene de una mentalidad viejuna. La palabra autónomo viene del griego y se compone de la partícula auto (propio) y nomos (ley). A su vez nomos viene de nemos, que significa repartir, distribuir y gobernar. Es decir, que a muchos nos gusta marcarnos nuestro propio ritmo, gobernar sobre lo nuestro. Y no somos muy partidarios de que otros nos digan lo que debemos hacer.

El viejo esquema del S.XIX en el que las únicas relaciones laborales eran las del patrón y el obrero se han quedado tremendamente anticuadas. Los autónomos hemos entrado de lleno en las nuevas tecnologías con las startups, de donde surgen las mejores ideas que luego compran las grandes multinacionales, copamos internet con el e-commerce, hemos inventado nuevas formas de trabajo y, lo mejor, tener tu propio negocio ilusiona a los jóvenes. Los que antaño salían de la universidad con la única pretensión de ser funcionarios o dejarse estrujar por una multinacional, ahora –más de un 60%, según una reciente encuesta publicada en AyE- dicen que se plantean crear su propio negocio cuando finalicen sus estudios. No en vano hay quién apunta que, en España, uno de cada tres trabajadores será autónomo dentro de 20 años.

Cada vez hay más hombres y mujeres que queremos ser autónomos, marcarnos nuestra propia ley, y la presencia de los grandes agentes sociales en la realidad laboral –no de ahora, sino desde hace décadas— va disminuyendo, siendo nimia en la pequeña empresa y prácticamente nula entre los autónomos individuales. Un dato: apenas hay 7 millones de trabajadores afectados por los convenios colectivos donde patronal y sindicatos negocian, frente a los más de 13 millones de trabajadores asalariados registrados en los servicios públicos de empleo o de los 18 millones que cotizan en la Seguridad Social. En el mejor de los casos, el 40% de los trabajadores asalariados está fuera de la órbita de estas organizaciones, que se suma al 100% de los autónomos.

Visto este horizonte, a veces creo comprender por qué a los sindicatos y a la patronal les preocupa tanto nuestra presencia en, hasta hora, sus exclusivas mesas y foros de discusión. Mis fuentes me cuentan que la petición del PP y de Ciudadanos para que entremos en el Consejo Económico y Social, ese órgano consultivo del Gobierno en el que se encuentran representadas desde los consumidores hasta las cofradías de pescadores, está encontrando una seria oposición de los sindicatos, que no quieren que estemos presentes. Parece que ya lo hicieron hace años cuando esta misma propuesta quedó encallada en el Parlamento. No es que el CES haya desempeñado un gran papel como asesor del Gobierno en los últimos años –ha perdido mucho poderío- pero la entrada de los autónomos sería un símbolo, una muestra de que ya nos quieren bajar de la rama al pupitre, como los blancos.

¿De qué tienen miedo los sindicatos?, ¿o la gran patronal? Las organizaciones de autónomos han sobrevivido dos décadas sin apenas subvenciones públicas, por lo que no es eso lo que persiguen, deberían estar tranquilos. El reparto quedaría igual, no hay que sufrir por ello. Tampoco deberían temer una pérdida de protagonismo, porque la realidad es tozuda y las organizaciones de autónomos ya son un agente social de facto, por derecho propio, porque la sociedad les ha dado el protagonismo que se merecen. Lo que falta es institucionalizar esa presencia en las mesas de diálogo oficial como la tercera pata laboral que somos: empresas, asalariados y autónomos. Sin esa pata, el taburete se cae. Y deben ser los que gobiernan este país, desde el Parlamento, quienes defiendan este derecho de los autónomos, sin dejarse influir por los viejos esquemas que, lejos de permitir la modernización de nuestra economía, impiden que ésta se desarrolle. Los autónomos somos ya el futuro y debemos tener voz.