Opinión

¿Qué gana un autónomo catalán con la independencia?

¿Qué gana un autónomo catalán con la independencia?

Esta misma pregunta surgió hace ya unos años en una charla con un grupo de conocidos prebostes de Catalunya en la que nos contaron sus motivos para apoyar un hipotético referéndum de independencia. Escuché argumentos lingüísticos, culturales, emocionales, reivindicativos, históricos, comparativos, patrióticos... pero, mientras hablaban, yo sólo tenía una duda: ¿los negocios de los autónomos serán más boyantes en una Catalunya independiente? Cuando pregunté sobre ello se produjo un silencio delator, nadie me supo contestar, y ese detalle se me ha quedado grabado en la cabeza.

No creo que sea yo la persona más indicada para analizar si el resto de España ha huachipeado o no a los catalanes, ni pienso que estoy a la altura para entrar a discutir el concepto de nación y estado. Me supera. Después de leer a unos y a otros, me parece que un porcentaje altísimo de lo que dicen los promotores del independentismo es pura filfa, con todo el cariño a la cultura e identidad catalana que conozco bastante bien después de haber trabajado 20 años para un medio de comunicación como es el Periódico de Catalunya. Hay muchas medias verdades y muchas medias mentiras que algunos han mezclado intencionadamente para avivar la llama de la sedición, para arrastrar a muchos catalanes gravemente afectados por una crisis económica cruel, sabiendo que con ello dejaban abierta para siempre una grave fractura social dentro de la propia Catalunya. Argumentos que sólo han pretendido distraer sobre lo importante, sobre lo que les preocupa a los autónomos, sobre las verdaderas soluciones que necesitan para crecer y generar empleo.

Y entiendo que, al final, quitada toda la paja argumentaría y los razonamientos peregrinos, sólo quede un postrero motivo para soñar con la independencia: la emoción que produce el hecho de convertirse en un estado diferente y diferenciado, con sus cositas particulares (todas muy respetables, dignas de fomentar y proteger), su idiosincrasia, su lengua y sus costumbres. Como todo el mundo sabe, esa emotividad y ese romanticismo fue la tierra fértil donde nacieron los nacionalismos del S.XIX. Ese romanticismo que ponía a la gente melancólica y hacía a las mujeres beber vinagre para estar más pálidas. Pero los nacionalismos fueron también inspiración de personajes como Hitler o Mussolini y es un movimiento que se da de tortas con la modernidad o con el internacionalismo progresista: caminamos hacia la integración de los pueblos, hacia la eliminación de barreras, hacia los mercados comunes, hacia el derrumbe de los muros y las fronteras. Y la mayoría de los nacionalismos huelen un poco a rancio, han quedado desfasados. Además, preocupan porque son viscerales y esa irracionalidad siempre ha acabado por liarla.

Pero no, los autónomos no estamos para romanticismos sino para sacar nuestros negocios adelante. ¿De qué nos va a servir una Catalunya independiente, más allá de ir por la calle enseñando el nuevo pasaporte? Por más que muchos lo digan, Catalunya no se va a convertir pasado mañana en Bélgica u Holanda. Estos países cuentan con una gran influencia económica y política internacional derivada de su larga trayectoria como antiguas potencias europeas. No sirve intentar colocar a Catalunya en el ranking de la UE en función del PIB o la población. Barrunto que el peso de la hipotética nueva nación independiente estaría más próximo al de Lituania o Eslovaquia. El resto de países no van a permitir que se les cuele un novato que viene a hacerse un hueco. Es fácil soñar, pero nadie regala nada.

Por tanto, ¿los autónomos catalanes venderán más en la nueva república? No hay argumentos objetivos a favor de esa tesis y sí, en cambio, muchos en contra. Sobre todo si Catalunya arranca con un bono considerado basura; con el hándicap de probables aranceles comunitarios que complicarán mucho la exportación; inicialmente sin los fondos de la UE (1.500 millones de euros comprometidos hasta el 2020) ni las ayudas públicas del Estado español; con la previsible huida de algunas empresas de las que los autónomos son proveedores; con escaso atractivo para atraer inversión de fuera; con mayores trabas a la hora de comerciar con el resto de España; con el problema de la moneda; con unos presupuestos que partirán de cero y que deberán revisar contratos públicos, ayudas y subvenciones ahora en vigor… sin hablar de lo hagan las entidades financieras . Un arranque muy complicado que, en el mejor de los casos, durará unos años.

Otro tema: los impuestos. Lo más lógico es que suban por más que Catalunya recupere los ingresos fiscales que algunos dicen que España les roba. Habrá que financiar el coste de la transición con una deuda exterior de 75.000 millones de euros, crear una nueva administración con sus funcionarios y financiar a pelo las infraestructuras públicas necesarias, sin las actuales sinergias con el resto de España. Entre otras mil cosas. Al final, la juerga de la independencia les tocará pagarla a los autónomos y a las empresas. ¿Sino, quién? ¿La CUP o Junts Pel Sí?

¿Mejorarán las pensiones? Pues ojo con esto, porque en este tema caben pocas bromas y aún nadie sabe quién las va a pagar y si habrá suficiencia financiera para los años venideros. La negociación en este punto con el Gobierno sería complicada y Catalunya sola no puede hacer frente a ese gasto.

Con estos mimbres, la cesta parece llena de agujeros por donde se escapa cualquier razonamiento pragmático. Está muy bien eso de llenarse el corazón de amor patrio, pero cantar Els Segadors no hará crecer las ventas. Para los que esperen tener un salario público en el nuevo régimen quizá estas cosas no les preocupe. A los que desgraciadamente no tienen nada que perder, tampoco. Y, sobre todo, a los que viven de la política y no saben nada de pagar nóminas, seguro que no les quita el sueño lo que les suceda a los autónomos cuyos negocios pueden verse zarandeados. Y están para pocas bromas. A mí esto de las independencias me suena a lío de virreyes que quieren ser reyes, de visires que quieren ser califas. Apelan al corazón de la gente, al lógico amor que tienen por su tierra para ponerse ellos la corona, aunque el resultado sea crear un hábitat donde sea complicado sacar adelante un negocio. Esto último es, al margen de romanticismos, lo que realmente le preocupa a los autónomos.