Opinión

¿Es ético rentabilizar la discapacidad de los demás?

¿Es ético rentabilizar la discapacidad de los demás?

La RAE define el término cíborg como el acrónimo de «cybernetic organism», todo aquel «ser formado por materia viva y dispositivos electrónicos». Fue acuñado por dos científicos de la NASA, Manfred Clynes y Nathan Kline, en su artículo Cyborgs and Space, un trabajo en el que también proporcionaban la primera definición:

«Un sistema hombre-máquina en el cual los mecanismos de control de la porción humana son modificados externamente por medicamentos o dispositivos de regulación para que el ser pueda vivir en un entorno diferente al normal».

El artista vanguardista Neil Harbisson ha sido el primero en lograr estar reconocido legalmente como cíborg. Nació con acromatopsia, una enfermedad que provoca la ceguera de colores, por lo que solo distingue el blanco, el negro y una escala de grises. Su vida cambió en 2004, cuando accedió a que le instalasen una antena capaz de traducir los colores en notas musicales.

El aparato está osteointegrado, es decir, implantado dentro de su cráneo, por lo que sale de su hueso occipital. De esta forma, es parte de su cuerpo, y nadie puede exigir que se lo quite en controles de seguridad. Para conseguirlo, tuvo que enfrentarse legalmente contra el Gobierno británico.

El estadounidense Les Baugh también es un cíborg, dado que lleva una prótesis robótica doble controlada por su cerebro. Hace más de cuarenta años sufrió una amputación de brazos, a la altura del hombro, pero los cirujanos de la Johns Hopkins University (Estados unidos), le han devuelto a la «normalidad».

Para ello, fue sometido a una intervención que ligó las terminaciones nerviosas de su torso a los electrodos y la carcasa del sistema. Esto permitía que su prótesis pudiera interpretar las órdenes enviadas a su sistema nervioso de forma prácticamente inmediata. Tan solo necesitó diez días para poder volver a hacer todas aquellas cosas a las que tuvo que renunciar el día en que un fatal accidente le cambió la vida.

Neil Harbisson y Les Baugh se han convertido en cíborgs muy conocidos, pero, en realidad, es algo natural que está ligado a los avances más recientes de la medicina.

La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) es una enfermedad degenerativa que paraliza el cuerpo y altera los procesos motores del habla, por lo que la comunicación con estos pacientes acaba siendo todo un reto. Por esa razón, en la Universidad de Stanford, un equipo investigador ha creado un sistema experimental que permite que estos enfermos puedan teclear unas seis palabras por minuto. Bautizado como BrainGate, funciona gracias a un sensor (implantado quirúrgicamente en el cerebro) que recoge las señales generadas cuando una persona piensa en mover un miembro, lo que se envía a un decodificador que convierte esta información en comandos sobre un dispositivo externo, en este caso el cursor.

También es prometedor el anuncio de la Agencia DARPA:

«Si usted ha sido herido en acto de servicio y no puede recordar a su familia, queremos ser capaces de restaurar este tipo de funciones».

Sus investigadores aseguran que, gracias al uso de implantes cerebrales, pronto podrán resolver la pérdida de memoria de soldados heridos y beneficiar, con su trabajo, a enfermos de Alzheimer y demencia.

Por ello, cuando hablamos de cíborgs, ya no se trata de ciencia ficción, sino de la cura frente a una enfermedad, o del mejor camino para poder mantener una calidad de vida digna. Ahora, piénsalo bien: ¿en una situación así, te negarías a convertirte en cíborg?

Es más, démosle la vuelta, y pongámonos por un momento en la piel de todos estos investigadores, organismos y empresas que dedican su día a día para desarrollar nuevos “inventos” que permitan devolver la esperanza y, sobre todo, la calidad de vida a quienes la perdieron por el camino. ¿Podríamos cuestionar su deseo de emprender con un punto de partida así? Yo lo tengo muy claro, ¿y tú?