Opinión

Actuando como un buen directivo

La importancia de tus actos como jefe es vital. No deja de ser el reflejo que verán tus colaboradores y trabajadores, un reflejo al que se adecuarán y actuarán en consecuencia. 
Actuando como un buen directivo

Hace años, cuando era Business Manager en Digital Equipment Corporation, recuerdo que un directivo -que no era santo de mi devoción, pero que una vez dijo una cosa inteligente- comentó que ser directivo es como ser monje o sacerdote. Que tienes que acostumbrarte a vivir de una determinada forma, teniendo claro la importancia que tus actos tiene en otros, ya sea por impacto o por réplica. Ésto último es añadido de mi propia mi cosecha, lo que mi experiencia me ha ido dictando.

Finalmente, cuando llegué a ser un Alto Directivo, tengo que reconocer que me acordaba perfectamente de aquella reflexión y, consecuentemente, empecé a actuar en consecuencia, convirtiendo mi vida profesional en una forma de actuar sistemática, realizando una serie de acciones diarias, con las modificaciones necesarias en función de diferentes circunstancias, pero siempre teniendo claro que mis actuaciones públicas eran siempre observadas y en muchos casos seguidas por mis colaboradores más directos e incluso por el resto de los empleados de la empresa.

De esta forma, me planteé una rutina de actuación que a mí me ha funcionado muy bien y que voy a compartir con todos vosotros, parte de la misma, la actuación pública, en definitiva no es otra más que la que tu quieres que adopten tus colaboradores, tienes que ser un ejemplo, pues te vas a reflejar en ellos, van a copiar tu actuación, tu forma de vestir, etcétera.

Cuando fui Director General en el Grupo Banesto, eran las épocas de la presidencia de Mario Conde y recuerdo perfectamente que muchos de los directivos, mandos intermedios y empleados, intentaban replicarle, con su pelo engominado, sus tirantes, tipo de traje, etcétera.

Volviendo a la actuación que debemos seguir, lo primero es despertarse con el tiempo suficiente como para que te de tiempo a enterarte de las noticias, hacer un poco de ejercicio suave y desayunar correctamente, salir de casa con el tiempo suficiente como para llegar a la oficina a tiempo y con el mínimo estrés posible.

Es importante llegar a la oficina para estar trabajando a la hora que está previsto en el horario. Es decir, que si la hora de comienzo son las 9:00, a esa hora no puedes llegar sino que tienes que estar en tu despacho trabajando, tienes que recordar siempre que lo que tú hagas es lo que, en principio, van a hacer tus colaboradores.

Cuando llegas a la oficina debes saludar a todos cordialmente, sin excesos, pero con simpatía y dedicar un momento a quien lo requiera en ese momento, por ejemplo, si ves a alguien que lleva un vendaje, interésate por lo que le ha pasado, si había algún tema relevante pendiente que tenía que realizar alguien y le ves de camino al despacho, pregúntale, hay que demostrar interés en las personas.

Una vez llegas a tu despacho, tienes que establecer tu propia rutina pero hay una serie de temas que no puedes obviar. En mi caso, creo que los 15 primeros minutos eran mi mejor inversión de tiempo en el día, comenzaba con una buena taza de café mientras mi asistente me daba la información sobre cumpleaños, natalicios, bodas y consecuciones relevantes de todos los empleados, también hacíamos la revisión y plan del día y una vez terminado esta breve reunión de unos 15 minutos, comenzaban las llamadas a todos aquellos que habíamos visto en el repaso social, para darles a todos la enhorabuena, el abrazo o condolencias, lo que fuera que ellos pudieran tomar como un interés de su jefe hacia ellos, de hecho cuanto menos nivel tenía la persona a la que me dirigía, más impacto tenía.

A continuación, realización del papeleo necesario y obligado, de tal forma que en un máximo de una hora estaba terminada la parte social y administrativa y podía empezar con la parte operativa y comercial.

El siguiente punto de la rutina eran las reuniones operativas, en grupo o individualmente según requirieran los temas a tratar, siempre estableciendo como referencia un máximo de 20 minutos por reunión, salvo situaciones especiales.

A continuación, paseo por las instalaciones, aproximándome a todo el personal, reforzando personalmente los mensajes de enhorabuena que ya había adelantado telefónicamente y comprobando in situ lo que me habían comentado en las reuniones de operaciones.

El día seguía con reuniones con clientes, ya fuera telefónicamente o presenciales, en las oficinas del cliente o en las mías, lo importante es que fuera capaz de que el tiempo dedicado a la los clientes fuera siempre un mínimo de tres veces el tiempo dedicado a reuniones internas.

Todos los días me tomaba un rato para pasear sólo, o bien yendo a alguna reunión caminando o después de comer, una vez hecho acto de presencia en la empresa, importante para que todo el mundo fuera consciente de que estaba trabajando, aunque fuera dando una vuelta alrededor de la oficina que me permitiera reflexionar sobre ciertos temas a corto plazo y sin duda de futuro

Por último, nos queda el jefe, todos los días mantenía una charla con él, si no estábamos en la misma oficina, mediante llamada telefónica, si es que él no me la había hecho a lo largo del día, pero se trataba de tener siempre su feedback diario.

Y al día siguiente, la misma rutina, salvo que tuviera algún viaje.